jueves, 19 de febrero de 2009

CINE Y TEATRO: Días de vino y rosas

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Anoche, a modo de sorpresa (Gracias!), me llevaron al teatro, a una obra que tenía muchísimas ganas de ver: “Días de vino y rosas”, salida de la estupenda y desgarradora película sobre el alcoholismo de Blake Edwards del mismo nombre. No he investigado mucho, pero me parece que han tardado bastante en adaptar al teatro esta película, que por estructura y composición de personajes se hacía totalmente factible.

En la película, de 1962, Jack Lemmon y Lee Remick (Joe y Kirsten en la ficción) interpretaban a una pareja venida a menos a manos del alcohol, un tema doliente que casi nunca ha estado de moda, al menos no tanto como el consumo de estupefacientes o el tabaco, pero siempre ha estado ahí, reducido a un estado tan marginal como sus consumidores. Las inmensas interpretaciones de Lemmon y Remick tienen ahora su réplica en el Teatro Lara de Madrid con Carmelo Gómez y Silvia Abascal (Luis y Sandra en la obra). Qué bien trabaja ésta última su personaje, papel que, y sigo pensando lo mismo (aunque siempre haya leído de todo el mundo que Lemmon hacía el papel de su vida), es el más complejo de los dos.

teatro días de vino y rosas carmelo gómez silvia abascal lara madridCon algunos cambios en el guión, para modernizar la obra, si bien el tema es universal, ya lo fuera en el 62 como si lo es ahora en la actualidad, se sitúa la acción sobre dos madrileños que, a partir de un encuentro casual, se conocen en un vuelo destino a Nueva York, donde la soledad y el miedo a la introducción en el nuevo mundo hará que se unan para siempre, como reza parte del guión, “juntos hasta en el paraíso”. Y más bien lo que comienzan es un camino de descenso a los infiernos cuando, la tendencia de Luis a no beber nunca solo arrastra a su mujer, inmersa en la soledad en la que se ve sumida cuando su marido se va a trabajar, sin más amigo o compañía de su hijo, en una ciudad desconocida.

Lo mejor: ver cómo los protagonistas solventan una magnífica actuación, con momentos tensos de altura y silencios mortecinos, a destacar esos bailes de luz parpadeante en esas noches de juerga pecaminosa a ritmo de una de las 4 versiones que del “What a wonderful world” de Louis Armstrong hace la obra base de su estilo actual. Lo peor: la reformulación de la película, olvidando algunos pasajes (no aparece el padre de Kirsten y con él las escenas de la pareja recién casada en su casa o el desvarío hipnótico de Joe tocando techo en el invernadero), y un final tibio. Tan tibio que el público no sabía que la obra había acabado ya. Tan sólo cuando Gómez y Abascal salieron de ambos lados de la platea y encendieron las luces, los espectadores fuimos conscientes de su fin y aplaudimos.

Y es que, a modo argumental, donde la película conseguía la coherencia después de varios saltos en el tiempo despojando de toda humanidad a Kirsten, aquí Sandra no parece asumir su condición de alcohólica, no asume del todo que tiene un problema y Luis no se muestra condescendiente aun cuando fuera él que introdujo en ese mundo a su mujer.

Quizá me faltó ese fantasmagórico plano final con una Lee Remick famélica y desvirtuada bajando la calle, oscura y fría, girando en una esquina seguramente buscando algún bar donde pasar la noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias a ti por existir!
A mi me encanto la obra, pero reconozco que el final de la pelicula le da mil vueltas a este nuevo final...