lunes, 8 de marzo de 2010

CRÍTICA: Un hombre soltero

Afectada por una supuesta hipersensibilidad, “Un hombre soltero” se vendía en casi todas las referencias y críticas cinematográficas como un ejercicio intelectualoide, de fotogramas bonitos y repleto de fetiches, no en vano, su director, Tom Ford, venía del mundo superficial del estilismo de pasarelas, de costura fina y delicada. El caso es que la cinta me entró más por los oídos que por los ojos. Sí que es cierto que el estilo que marca el protagonista parece echo a su medida, todo un logro de casting, y que la fotografía de Eduard Grau (otro punto fuerte de la película, a manos de un amigo de una amiga de una amiga más o menos cercana: el mundo es un pañuelo kilométrico) regala a la retina preciosos fogonazos de luminosidad; pero a mí, no sé por qué, fue la música, a base de instrumentos de cuerda del polaco Abel Korzeniowski, la que me ahogó los témpanos, puede que por su enorme parecido al inolvidable vals de “In the mood for love” de Wong Kar Wai, o también, ahora que caigo, a algunas notas de Satie (mi compi de cine me lo delató nada más salir).

En “Un hombre soltero” (el título en inglés, “A single man”, da sin lugar a dudas mucho más juego que la simplona traducción al español) se adapta al cine la novela homónima de Christopher Iserwood, de la que Edmund White afirmó en su día que “Un hombre soltero” era "una de las primeras y mejores novelas del moderno movimiento de liberación gay". La historia transcurre en Los Ángeles, antes de su revelación libertina, a principios de los años 60, donde el profesor universitario George Falconer (Colin Firth) intenta superar la muerte de su pareja (muchos críticos usan las palabras “compañero sentimental”) tras 16 años juntos y se plantea la idea del suicidio, sintiéndose incapaz de superar el pasado.

En poco más de hora y media, Tom Ford, se las apaña para contar el día definitivo en que Falconer decide dejar de sentir dolor, la carga del pasado y de los recuerdos. Durante ese día, impartirá una última clase magistral a sus alumnos acerca de las “minorías invisibles”, magnífica alegoría de las clases marginadas en una sociedad aún tribal, coqueteará por última vez con un chapero español que el propio Tom Ford define como la “rosa perfecta” en todos sus comentarios a la prensa (raro, raro, raro), cenará con su amiga del alma, aquella que le iniciase en el sexo, cincuentona, separada además del amor de sus hijos y dada los excesos del maquillaje y el alcohol; y por último, sentirá el retorno de la juventud al pasar la medianoche con un alumno vital, esa brisa que sólo se siente cuando todo va acabar (spoiler) y que le redime de los pecados, salvándole en un última instancia del error de no querer seguir sintiendo, dejando que la muerte venga sola, y como siempre, cuando ella quiera (fin spoiler).

En esta casi trillada historia de amor, que incluye el tópico, pero no menos real, de “chico gay que tiene amiga heterosexual (como siempre, genial Julianne Moore) que lo ama en secreto”, hay que alabar la increíble concepción de la muerte de que hace gala, y como poco a poco la historia, salvo en contadas ocasiones, se desentiende del halo efectista del problema homosexual en el contexto histórico, desengranando la odisea universal de la superación de la muerte. Y seguramente, sin la increíble labor de Colin Firth (Dios, si yo fuera actor, este sería mi papel soñado, como princesa desvalida, rota de dolor, en un drama shakesperiano), y todos su premios, parte del boca a boca esta película no hubiera pasado con tanto gloria por las salas, pues en definitiva se trata de un reducto de pasiones, otra “minoría invisible” que, gracias a Ford, no lo está siendo tanto.

2 comentarios:

JAVI dijo...

No la he visto todavía pero sí que me leí el libro. Si no me doy prisa la quitarán de los cines porque no parece una cinta que vaya a durar muchas semanas. Menos mal que en Madrid o Barcelona hay muchas salas y algunas dejan estas películas un poco más de tiempo.

Saludos.

The Eternal Blog dijo...

Hola Javi, sí, te la recomiendo... una cosa de las que más me entusiamó de la película es el carácter universal de su discurso, es decir, no se centra en la homosexualidad del protagonista para justificar su dolor.
Saludos