viernes, 18 de abril de 2008

Willkommen ! Bienvenue ! Welcome ! Im Cabaret, au Cabaret, to Cabaret

I got life, mother. I got life, sister. I got freedom brother. I got good times man”… Así empieza la primera apología de mi vida, la hasta entonces, con catorce años, única revelación de mi condición de libertad. Ante la pantalla Hair se me abrió como un mundo de espectáculo en el imaginario de mi subconsciente.

Y como ésta, muchas más cintas han abrumado mi “limpísima” mente. ¿Mi primera visión adulta del cine? No sabría qué contestar (casi nunca hago caso de mis propias preguntas)… ejem, sí hombre, El Planeta de los Simios, mi despertar sobre la ciencia, fue el primer visionado de mi vida como consciencia adulta en cuerpo de niño, en imagen beta, sentado en un sofá del que recuerdo el tacto aterciopelado, en la casa del tío Daniel, un sobrino de mi abuelo Rogelio. Imagen de mi persona más idéntica a ésta es imposible que haya quedado en mí. Gafas, habla acelerada, informatizado hasta las venas, psicofan de las imágenes hasta rabiar, pretendido cultureta fuera de las masas, así, como yo, era el personaje que me introdujo en la cultura cinematográfica.

Vinieron seguidas las tardes de videoclub, todo un acontecimiento que bien merecían kilos de palomitas. Palomitero en soledad o no, cuando los viernes engullíamos pelis de terror b-ísimas, lo cierto es que me estaba criando bajo esta mirada furtiva y lejana a mi realidad juvenil que el cine me proporcionaba.

Cuando la realidad empezó a ser más interesante que la ficción aparecieron las salas de cine, también en soledad o no, lo cierto es que alumbraban muy de cuando en cuando mi camino, me daban de comer y malacostumbraban, me hacían salivar como si de Paulov fuera un perro. A los quince años se marcan en mi memoria las sesiones ilicitanas en los Ana, el Capitolio y el Odeón, hoy en día los dos primeros olvidados por las masas.

En momentos tardíos, si bien la realidad volvió a ser demasiado interesante, busqué las raíces verdaderas de mi elixir de juventud en la cultura madrileña. Culpable por tanto la filmoteca, dónde pude volver a disfrutar de las fetichistas manos de Mitchum bipolarizando las pulsiones psicopáticas hacia la inocencia perdida de los infantes de la fábula…

Dedico este blog a mi hermano, Alfonso. Mis ojos han sido los suyos pues se han alimentado de las mismas imágenes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por dedicármelo. Es verdad que desde peques y hasta hace más bien poco nos hemos tragado lo mismo tanto en cine como por la tele. ¿Cuantas veces habremos visto la peli de Zipi y Zape o la de Popeye? La cinta vhs ha durado lo suyo y aun sigue por casa.... Un beso

Alfonso